Qué triste es trabajar con un adolescente que no está emocionalmente
bien, no importa cómo se llama la enfermedad que padece, no queremos
clasificarlo, y nos negamos a ponerle nombre a su trastorno, aunque todo lo
sabemos.
Un alumno con un nivel cultural altísimo y una inteligencia como
muchas personas quisieran tener.
Desde septiembre hasta hace pocos días, su cara estaba
relajada, reía y se veía que estaba bien.
De repente el martes le cambia el rostro, su cara esta
tensa, y no aguanta acabar mi clase. Me pide que acabe con el problema que
estaba explicando, porque necesita marcharse de clase.
Aligero, porque me interesa más el, que lo que explico. Le
comento a los demás alumnos que sigan trabajando solos, que yo me marcho fuera
de clase con él.
Esta sudando, se siente mal, esta agobiado. Me dice que cree
que dejará los estudios, porque no se siente bien para seguir estudiando.
Tiene todo aprobado, y de ninguna manera puedo permitir que
deje el curso. Le pido que me dé tiempo para hablar con los profesores para
saber qué opinión de que posibilidad tiene de aprobar el curso.
Se siente mal, esta agobiado, no puede mirarme a la cara.
Le pregunto si quiere beber agua, si necesita una manzanilla……
Me dice que no quiere nada, solo necesita respirar.
Lo acepto, y le propongo que le acompaño a casa, me da miedo
que en su estado marche solo por la calle.
No me lo permite.
Le cojo por el hombro, porque quiero que me note cercana, y
le digo que se marche, que el próximo día hablaremos.
Todo el profesorado piensa que aprobará, porque va bien y
tiene capacidad.
Le brindo la posibilidad de hablar con la psicóloga del
centro y se niega, ya que dice que ya tiene ayuda psicológica.
Me preocupa que tenga un brote, no sé cómo ayudarle, pero lo
haré.
Confía en nosotros, en mí…. te prometo que estaremos a tu
lado y que te vamos ayudar.
¡Ojalá que sea una falsa alarma!
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